domingo, 8 de septiembre de 2013

“El análisis es una experiencia extraña, arriesgada”

Logo Telam

30.08.2013
Pablo E. Chacón
ENTREVISTA CON GERARDO ARENAS

En Sutilezas, el psicoanalista Gerardo Arenas y un grupo de colegas despejan -de la última enseñanza de Jacques Lacan- los malentendidos sobre la palabra que titula el volumen, que tributa en el escritor Vladimir Nabokov, para apuntar a discernir en su enunciación tanto los problemas lógicos como la cuestión de las relaciones humanas, esos asuntos sutiles. El libro, publicado por la casa Grama, cuenta además con los aportes de Patricio Alvarez, Gabriela Camaly, Alejandro Daumas, Luis Erneta, Pablo Fridman, Gabriela Grinbaum, Ernesto Sinatra, Gustavo Stiglitz y Mónica Wons.
Gerardo Arenas es psicoanalista y físico. Publicó En busca de lo singular. El primer proyecto de Lacan y el giro de los 70; La flecha de Eros; Estructura lógica de la interpretación y Usos de la interpretación en las psicosis. Es miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
 
Esta es la conversación que sostuvo con Télam. 
 
T : A grandes rasgos, ¿cuáles pensás que serían las consecuencias de la última enseñanza de Lacan?
A : Sin entrar en detalles, diré que son consecuencias de orientación y que esto es crucial porque el análisis es una experiencia orientada. En cada análisis, el paciente quiere cambiar algo y el analista también. Aunque suene raro, ambos quereres no coinciden, ni son separables, ni están en pugna. Para ilustrarlo puede bastar un símil. Supongamos que alguien quisiera ver el amanecer viaja a su lugar de vacaciones, pero que cada vez que lo intenta pierde el avión, o toma el tren equivocado, o al amanecer le sobreviene un sueño incoercible, o se le descompone el auto, o bien –aquí el símil se torna increíble pero más justo– se distrae con otra cosa y se le pasa la hora, o sus ojos se tuercen hacia la derecha y –como siempre viaja al sur– no puede ver salir el sol, o lo asalta la duda acerca de la hora del amanecer y –por tener que chequearla una y otra vez– mira el celular más que el paisaje. Hay mil maneras de lograr el cambio buscado, y el analista, aunque no propone ninguna, perturba todo aquello que impida al sujeto inventar su propia solución, y para eso debe poseer una buena brújula y saber por dónde sale el sol.
Pues bien, las consecuencias de la última enseñanza de Lacan mejoran la calidad de nuestra brújula y definen con mayor precisión dónde está el Este, de modo tal que ambas cosas inciden en cómo se orienta la experiencia analítica.
 
T : El título del libro alude al de un curso de Jacques-Alain Miller. ¿Qué significa “sutilezas” en la clínica analítica?A : Miller dio a su curso 2008-2009 un título nacido de una inquietud de Pascal: ¿por qué alguien hábil en asuntos de lógica puede no tener talento para las relaciones sociales, y recíprocamente? Porque los problemas lógicos –responde Pascal– se resuelven mediante la demostración, mientras que las relaciones humanas dependen de cuestiones de sutileza. El título del curso publicado en castellano como Sutilezas analíticas es Choses de finesse en psychanalyse, que significa Cuestiones de sutileza en psicoanálisis –en el sentido pascaliano del término “sutileza”. Dentro del psicoanálisis conviven el espíritu de demostración y el de sutileza. El primero impera en las márgenes de la experiencia, a la hora de teorizar la praxis o de transmitir a otros nuestra propia experiencia como pacientes, por ejemplo. El segundo, en cambio, domina el corazón mismo de una experiencia que puede analizar algo tan sutil como un mínimo desliz en la escritura. De hecho, el título del curso de Miller también alude al de un breve escrito de Freud intitulado “La sutileza de un acto fallido”. En el psicoanálisis, por lo demás, demostración y sutileza no solo conviven: están entramados. Su máxima fuerza probatoria surge del análisis de sutiles detalles, y, a la inversa, una sutileza solo puede analizarse en un contexto de rigor lógico.
 
T : ¿Qué entender por “analista sinthome” y qué consecuencias tiene, en la dirección de la cura, ese giro del que hablás?
A : Elaborar la noción del analista como “sinthome” es una tarea en marcha. Si supiésemos cómo responder cabalmente esta doble pregunta, los trabajos y discusiones que nuestro libro recopila no habrían tenido razón de ser. Su modesto aporte es definir mejor esa pregunta y tipificar qué tipos de respuestas podría tener. Para evitar tecnicismos que aquí serían imprescindibles, recurriré al símil que ya usé. Así como distinguir entre el Norte (polo geográfico) y el lugar adonde apunta la brújula (polo magnético) ayudó a orientarse mejor en el mundo, la distinción entre el analista síntoma y el analista objeto parece orientar mejor el psicoanálisis y la dirección de cada cura.
 
T : Entre el atravesamiento del fantasma, el arreglárselas con el sinthome, y la revisión de los esquemas teóricos correspondientes, y más allá de la actualización doctrinaria e ideológica, ¿se perdió algo del aura del análisis como aventura existencial?
A : Creo que no, en absoluto. Con independencia del creciente rigor de su enseñanza, Lacan siempre sostuvo que el análisis es una experiencia transformadora. Cambia modos de entender, de gozar, de actuar, de vincularse con los otros, de amar y, en general, de vivir. El análisis es una empresa extraña, plena de contingencias, arriesgada, cuyo resultado no puede definirse de antemano. Según el diccionario, tales son los caracteres de toda aventura. Asimismo, decimos que una relación amorosa ocasional es “una aventura”, y el análisis también lo es en este sentido: ese amor ocasional se llama “transferencia”, y quien se analiza está en posición de amante. Por eso me gusta la expresión “aventura existencial”. El análisis no deja de serlo. Aunque los analistas nos ocupemos de calibrar nuestro GPS lo mejor posible, la aventura sigue siendo la experiencia misma.
 
: Al trauma de la no relación sexual, ¿por qué no todos los seres hablantes responden de la misma manera, y por qué algunos ni siquiera van al psicoanalista?
A : La no relación sexual –o sea, el hecho de que los seres humanos no posean un programa instintivo que oriente su relación con el otro sexo– es precisamente lo que implica que cada quien deba inventar una solución. No hay dos iguales. Estos inventos suelen ser formaciones del inconciente o forjarse a partir de estas, y en ocasiones son bastante exitosos pues permiten al sujeto arreglárselas felizmente con su partenaire en el triple terreno del deseo, del goce y del amor. Cuando tal es el caso, ¿para qué habría de ir el inventor al analista?
 
T : Las consecuencias de la última enseñanza de Lacan, ¿permiten acaso definir una política del psicoanálisis que se oponga al aplastamiento de los síntomas promovido tanto por las terapias cognitivo-comportamentales (TCC) como por el recurso a la medicación?A : En sentido técnico, los inventos a que recién me referí son “síntomas”, y esto muestra que un síntoma no debe juzgarse a priori como algo malo o perjudicial. Si el síntoma es una respuesta a la no relación sexual, ante todo es una solución, más que un problema. Por supuesto, en ciertos casos la solución hallada es tan compleja o tan pesada de soportar, que el sujeto puede querer simplificarla, aligerarla o en general, modificarla de algún modo. La no relación sexual implica que en la especie humana no hay solución normal, ni ideal ni universal, sino que cada quien debe encontrar su solución y que esta será forzosamente singular y contingente. El recurso a la medicación, como tratamiento de ciertos síntomas que dependen de la condición hablante del ser humano, debe respetar un principio básico: si ayuda al sujeto a eliminar los obstáculos que le impiden encontrar o modificar su invención singular, sí; pero cuando pretende “normalizar” al sujeto, no. Lo mismo cabe decir del recurso a las TCC. Establecer la necesidad de ese uso criterioso, no indiscriminado, de la medicación y de las TCC, es una de las tareas políticas que hoy incumben a los psicoanalistas. La obra de (Michel) Foucault ha demostrado de manera contundente el modo en que la medicina puede estar al servicio del poder político, y en Piezas sueltas, recientemente publicado, Miller mostró que en el corazón de las TCC palpita una utopía totalitaria. Uno y otro nos hacen ver que es preciso estar alertas a los aspectos éticos implicados en las diversas maneras de concebir, encarar y tratar los síntomas. ¿Aplastarlos? ¿Por qué, para qué, y, sobre todo, a título de qué? Más valdría respetarlos, acariciar sus detalles –como decía Nabokov–, y abordarlos con sutileza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario