miércoles, 23 de octubre de 2013

Invitación Jornada Conflicto, segregación y exclusión


Semana del autismo en Bogotá

Imágenes integradas 2




Invitada: Vilma Coccoz, AME de la ELP

Organiza: Antena Infancia y Juventud de Bogotá
Apoya: Nueva Escuela Lacaniana- Bogotá
Universidad Nacional de Colombia; Universidad del Rosario; Alianza Colombo Francesa.
 
Martes 22 de octubre
Jornada de trabajo con Miembros y Asociados de NEL-Bogotá. Presentación: "La ley sin Edipo es asunto de nominación". V. Coccoz.
NEL-Bogotá. 7pm
 
Miércoles 23 de octubre
Conversaciones con el psicoanálisis lacaniano acerca de la discapacidad. Vilma Coccoz y Lizbeth Ahumada 
Maestría en Discapacidad e Inclusión social de la Universidad Nacional de Colombia. 4 a 6 pm.
 
Jueves 24 de octubre
Conferencia: "La experiencia del inconsciente en la infancia". V. Coccoz.
Universidad del Rosario. Facultad de Psicología. 10 am.
 
Viernes 25 de octubre
-Taller: Encrucijadas actuales de la educación y de la atención a la infancia y la adolescencia. 9 a 12:30am. Cupo limitado.
-Conversatorio con padres, familiares y amigos de niños o jóvenes con autismo. 2 a 5pm. Cupo limitado.
Institución de Terapias integradas "Brincos y Brinquitos"
 
Sabado 26 de octubre
Coloquio: "Lo que el autista nos enseña". V. Coccoz.  9 a 1pm 
Alianza Colombo Francesa. Sede Chicó.
 
Información: www.infanciayjuventud.co  Blog de la NEL-Bogotá: nelbogota.blogspot.com

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Seminario "El niño en el adulto"


Invitación a conferencia virtual

 
 
 
 
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La Conferencia Mensual 
 en 
ANALÍTICA. Asociación de Psicoanálisis de Bogotá 
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 Conferencia virtual 
TRAUMATISMO Y ENIGMA DEL SUJETO
Freud desde sus primeros textos se confronta a la pregunta por la dimensión real o fantasmática de “las escenas sexuales infantiles”, ese camino no solo lo lleva a descubrir la fragilidad de la brecha que separa lo normal de lo patológico, sino que le permite descubrir que es en ese límite entre lo inevitable, lo insoportable, lo inasimilable, lo que hace hueco que el sujeto se revela como enigma. El analista opera como trauma pero con la perspectiva de permitir la experiencia de llevar ese enigma que el sujeto es para sí mismo por el camino de la trasferencia hasta el punto de una nueva respuesta, la que acoge el síntoma.
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CONFERENCISTA

PATRICIA LEÓN
 
Psicoanalista, miembro de la APJL. Trabaja en el Hospital Erasme en la sección de psiquiatría con adultos. Miembro del comité de redacción de la revista: PSYCHANALYSE.
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Fecha: Viernes 4 de octubre de 2013
Hora: 7:00 p.m. 
Lugar: Calle 94 N°15- 28 / 32  8° piso (ingreso por el parqueadero)
  
ENTRADA LIBRE
 
info@analitica-apb.com
www.analitica-apb.com


 
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domingo, 8 de septiembre de 2013

“El análisis es una experiencia extraña, arriesgada”

Logo Telam

30.08.2013
Pablo E. Chacón
ENTREVISTA CON GERARDO ARENAS

En Sutilezas, el psicoanalista Gerardo Arenas y un grupo de colegas despejan -de la última enseñanza de Jacques Lacan- los malentendidos sobre la palabra que titula el volumen, que tributa en el escritor Vladimir Nabokov, para apuntar a discernir en su enunciación tanto los problemas lógicos como la cuestión de las relaciones humanas, esos asuntos sutiles. El libro, publicado por la casa Grama, cuenta además con los aportes de Patricio Alvarez, Gabriela Camaly, Alejandro Daumas, Luis Erneta, Pablo Fridman, Gabriela Grinbaum, Ernesto Sinatra, Gustavo Stiglitz y Mónica Wons.
Gerardo Arenas es psicoanalista y físico. Publicó En busca de lo singular. El primer proyecto de Lacan y el giro de los 70; La flecha de Eros; Estructura lógica de la interpretación y Usos de la interpretación en las psicosis. Es miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
 
Esta es la conversación que sostuvo con Télam. 
 
T : A grandes rasgos, ¿cuáles pensás que serían las consecuencias de la última enseñanza de Lacan?
A : Sin entrar en detalles, diré que son consecuencias de orientación y que esto es crucial porque el análisis es una experiencia orientada. En cada análisis, el paciente quiere cambiar algo y el analista también. Aunque suene raro, ambos quereres no coinciden, ni son separables, ni están en pugna. Para ilustrarlo puede bastar un símil. Supongamos que alguien quisiera ver el amanecer viaja a su lugar de vacaciones, pero que cada vez que lo intenta pierde el avión, o toma el tren equivocado, o al amanecer le sobreviene un sueño incoercible, o se le descompone el auto, o bien –aquí el símil se torna increíble pero más justo– se distrae con otra cosa y se le pasa la hora, o sus ojos se tuercen hacia la derecha y –como siempre viaja al sur– no puede ver salir el sol, o lo asalta la duda acerca de la hora del amanecer y –por tener que chequearla una y otra vez– mira el celular más que el paisaje. Hay mil maneras de lograr el cambio buscado, y el analista, aunque no propone ninguna, perturba todo aquello que impida al sujeto inventar su propia solución, y para eso debe poseer una buena brújula y saber por dónde sale el sol.
Pues bien, las consecuencias de la última enseñanza de Lacan mejoran la calidad de nuestra brújula y definen con mayor precisión dónde está el Este, de modo tal que ambas cosas inciden en cómo se orienta la experiencia analítica.
 
T : El título del libro alude al de un curso de Jacques-Alain Miller. ¿Qué significa “sutilezas” en la clínica analítica?A : Miller dio a su curso 2008-2009 un título nacido de una inquietud de Pascal: ¿por qué alguien hábil en asuntos de lógica puede no tener talento para las relaciones sociales, y recíprocamente? Porque los problemas lógicos –responde Pascal– se resuelven mediante la demostración, mientras que las relaciones humanas dependen de cuestiones de sutileza. El título del curso publicado en castellano como Sutilezas analíticas es Choses de finesse en psychanalyse, que significa Cuestiones de sutileza en psicoanálisis –en el sentido pascaliano del término “sutileza”. Dentro del psicoanálisis conviven el espíritu de demostración y el de sutileza. El primero impera en las márgenes de la experiencia, a la hora de teorizar la praxis o de transmitir a otros nuestra propia experiencia como pacientes, por ejemplo. El segundo, en cambio, domina el corazón mismo de una experiencia que puede analizar algo tan sutil como un mínimo desliz en la escritura. De hecho, el título del curso de Miller también alude al de un breve escrito de Freud intitulado “La sutileza de un acto fallido”. En el psicoanálisis, por lo demás, demostración y sutileza no solo conviven: están entramados. Su máxima fuerza probatoria surge del análisis de sutiles detalles, y, a la inversa, una sutileza solo puede analizarse en un contexto de rigor lógico.
 
T : ¿Qué entender por “analista sinthome” y qué consecuencias tiene, en la dirección de la cura, ese giro del que hablás?
A : Elaborar la noción del analista como “sinthome” es una tarea en marcha. Si supiésemos cómo responder cabalmente esta doble pregunta, los trabajos y discusiones que nuestro libro recopila no habrían tenido razón de ser. Su modesto aporte es definir mejor esa pregunta y tipificar qué tipos de respuestas podría tener. Para evitar tecnicismos que aquí serían imprescindibles, recurriré al símil que ya usé. Así como distinguir entre el Norte (polo geográfico) y el lugar adonde apunta la brújula (polo magnético) ayudó a orientarse mejor en el mundo, la distinción entre el analista síntoma y el analista objeto parece orientar mejor el psicoanálisis y la dirección de cada cura.
 
T : Entre el atravesamiento del fantasma, el arreglárselas con el sinthome, y la revisión de los esquemas teóricos correspondientes, y más allá de la actualización doctrinaria e ideológica, ¿se perdió algo del aura del análisis como aventura existencial?
A : Creo que no, en absoluto. Con independencia del creciente rigor de su enseñanza, Lacan siempre sostuvo que el análisis es una experiencia transformadora. Cambia modos de entender, de gozar, de actuar, de vincularse con los otros, de amar y, en general, de vivir. El análisis es una empresa extraña, plena de contingencias, arriesgada, cuyo resultado no puede definirse de antemano. Según el diccionario, tales son los caracteres de toda aventura. Asimismo, decimos que una relación amorosa ocasional es “una aventura”, y el análisis también lo es en este sentido: ese amor ocasional se llama “transferencia”, y quien se analiza está en posición de amante. Por eso me gusta la expresión “aventura existencial”. El análisis no deja de serlo. Aunque los analistas nos ocupemos de calibrar nuestro GPS lo mejor posible, la aventura sigue siendo la experiencia misma.
 
: Al trauma de la no relación sexual, ¿por qué no todos los seres hablantes responden de la misma manera, y por qué algunos ni siquiera van al psicoanalista?
A : La no relación sexual –o sea, el hecho de que los seres humanos no posean un programa instintivo que oriente su relación con el otro sexo– es precisamente lo que implica que cada quien deba inventar una solución. No hay dos iguales. Estos inventos suelen ser formaciones del inconciente o forjarse a partir de estas, y en ocasiones son bastante exitosos pues permiten al sujeto arreglárselas felizmente con su partenaire en el triple terreno del deseo, del goce y del amor. Cuando tal es el caso, ¿para qué habría de ir el inventor al analista?
 
T : Las consecuencias de la última enseñanza de Lacan, ¿permiten acaso definir una política del psicoanálisis que se oponga al aplastamiento de los síntomas promovido tanto por las terapias cognitivo-comportamentales (TCC) como por el recurso a la medicación?A : En sentido técnico, los inventos a que recién me referí son “síntomas”, y esto muestra que un síntoma no debe juzgarse a priori como algo malo o perjudicial. Si el síntoma es una respuesta a la no relación sexual, ante todo es una solución, más que un problema. Por supuesto, en ciertos casos la solución hallada es tan compleja o tan pesada de soportar, que el sujeto puede querer simplificarla, aligerarla o en general, modificarla de algún modo. La no relación sexual implica que en la especie humana no hay solución normal, ni ideal ni universal, sino que cada quien debe encontrar su solución y que esta será forzosamente singular y contingente. El recurso a la medicación, como tratamiento de ciertos síntomas que dependen de la condición hablante del ser humano, debe respetar un principio básico: si ayuda al sujeto a eliminar los obstáculos que le impiden encontrar o modificar su invención singular, sí; pero cuando pretende “normalizar” al sujeto, no. Lo mismo cabe decir del recurso a las TCC. Establecer la necesidad de ese uso criterioso, no indiscriminado, de la medicación y de las TCC, es una de las tareas políticas que hoy incumben a los psicoanalistas. La obra de (Michel) Foucault ha demostrado de manera contundente el modo en que la medicina puede estar al servicio del poder político, y en Piezas sueltas, recientemente publicado, Miller mostró que en el corazón de las TCC palpita una utopía totalitaria. Uno y otro nos hacen ver que es preciso estar alertas a los aspectos éticos implicados en las diversas maneras de concebir, encarar y tratar los síntomas. ¿Aplastarlos? ¿Por qué, para qué, y, sobre todo, a título de qué? Más valdría respetarlos, acariciar sus detalles –como decía Nabokov–, y abordarlos con sutileza.

Las relaciones entre Psicoanálisis y Literatura

Ricardo Piglia
Rafael Ton  julio 05, 2013

7 de Enero de 1996

No he tomado la precaución de traer un texto escrito; trataré de hilvanar algunas ideas específicas sobre la relación entre psicoanálisis y literatura: esta relación es conflictiva, tensa. Por de pronto, los escritores han sentido siempre que el psicoanálisis hablaba de algo que ellos ya conocían y de lo cuál era mejor no hablar. Faulkner, Nabokov, observaron que el psicoanalista quiere intervenir en aquello que los escritores, desde Homero, han convocado, con esa rutina ceremoniosa con la que se convocan las musas, en relaciones muy frágiles y siempre tocadas por la gracia. En esa relación imposible de provocar deliberadamente, en esa situación de espera tan frágil los escritores sintieron que el psicoanálisis avanzaba como una topadora.
Pero hay otro punto sobre el cuál los escritores han dicho algo que, me parece, puede ser útil para los psicoanalistas. Nabokov y también Manuel Puig, nuestro gran novelista argentino, insistieron en algo que a menudo los psicoanalistas no perciben o no explicitan: el psicoanálisis es uno de los aspectos más atractivos de la cultura contemporánea, y lo es porque todos queremos tener una vida intensa; en nuestras vidas triviales nos gusta admitir que en algún lugar experimentamos grandes dramas, que hemos querido matar a nuestros padres y que, entonces, vivimos en un universo de gran intensidad donde hemos logrado superar el tedio, la monotonía en la que habitualmente estamos inmersos. El psicoanálisis nos convoca a todos como sujetos trágicos; nos dice que hay un lugar en el que todos somos sujetos extraordinarios, tenemos deseos extraordinarios, luchamos contra tensiones y dramas profundísimos y esto es muy atractivo. Así, Nabakov veía el psicoanálisis como un fenómeno de la cultura de masas, consideraba que este elemento de atracción, donde cada uno se conecta con las grandes tragedias, las grandes tradiciones esto puede referirse a un procedimiento clásico de la cultura de masas: convocar al sujeto a un lugar extraordinario que lo saque de su experiencia cotidiana.
Y Manuel Puig decía algo que siempre me pareció muy productivo, y que sin duda lo fue en la construcción de su propia obra. Decía Puig que el inconsciente tiene la estructura de un folletín. Él, que escribía sus ficciones muy interesado por las estructuras de las telenovelas y los grandes folletines de la cultura de masas, había podido captar esta dramaticidad implícita en la vida de todos, que el psicoanálisis pone como centro de la experiencia de construcción la subjetividad.
En lo que llevo dicho se va planteando una suerte de relación ambigua: por un lado el psicoanálisis avanza sobre una zona intima, de la cuál el artista considera que es mejor esperar y no pensar; pero, por otro lado, el psicoanálisis se presenta como una especie de competencia: genera una especie de bovarismo en el sentido de la experiencia de Madame Bovary que leía aquellas novelitas rosas y quería vivirlas.
Voy a agregar dos anotaciones: de que manera la literatura ha usado el psicoanálisis y de que manera el psicoanálisis ha usado la literatura. Para pensar lo primero, podemos olvidar experiencias un poco superficiales como la del surrealismo, que confundía esa espera de la gracia de la musa con un procedimiento mecánico de escritura automática: la musa es una dama suficientemente frágil como para necesitar un tratamiento más delicado que ese escribir sin pensar, dejándose llevar; es un poco ingenuo suponer que esa sería la manera de conectarse con el inconsciente en el trabajo.
Quién si constituyó la relación con el psicoanálisis como clave de su obra es quizás el mayor escritor del siglo XX: James Joyce. Él fue quién mejor utilizó el psicoanálisis, un modo de narrar; supo percibir en el psicoanálisis una posibilidad de construcción formal. Es seguro Joyce conocía bien Psicopatologías de la vida cotidiana y La interpretación de los sueños: su presencia es muy visible en la escritura del “Ulises” y el “Finnegans Wake” no en los temas: no se trataba para Joyce de refinar la caracterización psicológica de los personajes, como se suele creer trivialmente que sería el modo en que el psicoanálisis ayudaría a los novelistas, ofreciéndoles mejores instrumentos para la caracterización psicológica. No: Joyce percibió que había ahí modos de narrar; que, en la construcción de una narración, el sistema de relaciones no debe obedecer a una lógica lineal, y aquí se ubica el monólogo interior. Así Joyce utilizó el psicoanálisis de una manera notable y produjo en la literatura, en el modo de narrar, una revolución de la que es imposible volver.
Y me parece que el “Finnegans Wake”, que por supuesto que es una de las experiencias literarias límites de este siglo, se construye en gran medida sobre la estructuración formal que se puede inferir de una lectura creativa de la obra de Freud: una lectura que no se preocupa por la temática sino por el modo en que se desarrollan ciertos modos, ciertas formas, ciertas construcciones.
Cuando le preguntaban por su relación con Freud, Joyce contestaba así: “Joyce en alemán es Freud”. “Joyce” y “Freud” quieren decir “alegría”; en este sentido los dos quieren decir lo mismo, y la respuesta de Joyce era, me parece, una prueba de la conciencia que él tenía de su relación ambivalente pero de respeto e interés respecto a Freud. Me parece que lo que Joyce decía era: yo estoy haciendo lo mismo que Freud en el sentido más libre, más autónomo, más productivo.
Joyce mantuvo otra relación con el psicoanálisis, o por de pronto, con un psicoanalista, donde, en una anécdota se sintetiza algo de esta tensión entre psicoanálisis y literatura. Joyce estaba muy atento a la voz de las mujeres, él salía poco, estaba mucho tiempo escribiendo, y escuchaba las mujeres que tenía cerca: escuchaba a Nora, que era su mujer, una mujer extraordinaria; escuchándola, escribió mucha de las mejores páginas del Ulises, y los monólogos de Molly Bloom tienen mucho que ver con las cartas que él le había escrito a Nora en cierto momento de su vida. Digamos que Joyce estaba muy atento a la voz femenina.
Mientras estaba escribiendo el “Finnegans Wake” era su hija, Lucia Joyce, a quién él escuchaba con mucho interés. Lucía terminó psicótica murió internada en una clínica suiza en 1962. Joyce nunca quiso admitir que su hija estaba enferma y trataba de impulsarla a realizar actividades diversas. Una de las cosas que hacía Lucía era escribir. Joyce la impulsaba a escribir textos y Lucía escribía, pero ella estaba cada vez más en situaciones difíciles, hasta que por fin le recomendaron que fuera a verlo a Jung. Ellos estaban viviendo en Suiza y Jung había escrito un texto sobre el Ulises. Joyce fue a verlo para plantearle el problema de su hija, y le dijo a Jung: “acá le traigo los textos que ella escribe, y lo que ella escribe es lo mismo que escribo yo” porqué él estaba escribiendo el “Finnegans Wake”, que es un texto totalmente psicótico si uno lo mira desde esa perspectiva: es totalmente fragmentado, onirizado, cruzado por la imposibilidad de construir con el lenguaje otra cosa que no sea la dispersión. Entonces Joyce le dijo a Jung que su hija escribía lo mismo que él, y Jung le contestó: “pero allí donde usted nada, ella se ahoga”. Es la mejor definición que conozco de la distinción entre un artista y…otra cosa, que yo no voy a llamar de otra manera que así.
En efecto, el psicoanálisis y la literatura tienen mucho que ver con la natación, un arte de mantener a flote en el mar del lenguaje a gente que esta siempre tratando de hundirse. Y un artista es aquel que nunca sabe si va a poder nadar: ha podido nadar antes, pero no sabe si va a poder nadar la próxima vez que entre en el mar.
En todo caso, la literatura le debe al psicoanálisis la obra de Joyce. El fue capaz de leer el psicoanálisis, como fue capaz de leer otras cosas. Joyce fue un gran escritor porque supo entender que había maneras de hacer literatura fuera de la tradición literaria; que era posible encontrar maneras de narrar en los catecismos, por ejemplo; que en la narración, las técnicas narrativas no están atadas solo a las grandes tradiciones narrativas sino que se pueden encontrar modos de narrar en otras experiencias contemporáneas; el psicoanálisis fue una de ellas.
La otra cuestión es que le debe el psicoanálisis a la literatura: le debe mucho. Podemos hablar de la relación que Freud estableció con la tragedia, pero no me refiero a los contenidos de ciertas tragedias de Sófocles de Shakespeare, de las cuáles surgieron metáforas temáticas sobre las que Freud construyo un universo de análisis. Me refiero a la tragedia como forma que establece una tensión entre el héroe y la palabra de los muertos.
En literatura, se tiende a ver la tragedia como un genero que estableció la tensión entre el héroe y la palabra de los Dioses, del oráculo, de los muertos, una palabra que venia del otro lado, que le estaba dirigida y el sujeto no entendía. El héroe escucha un discurso personalizado pero enigmático, es claro para los demás pero el no lo comprende, si bien en su vida obedece a ese discurso no comprende. Esto es Edipo, Hamlet, Macbeth, este es el punto sobre el que gira la tragedia en la discusión literaria sobre género que empieza con Nietzche y llega hasta Brecht. La tragedia, como forma, es esa tensión entre una palabra superior y un héroe que tiene como esa palabra una relación personal.
Esa estructuración tiene mucho que ver con el psicoanálisis, y no he visto que ello haya sido marcado mas allá de la insistencia sobre lo temático: por supuesto, en Edipo hay un problema con unos padres y unas madres, en Hamlet  hay un problema con una madre, en fin. Pero en Hamlet también hay un padre que hable después de muerto.
Otra forma sobre la cuál pensar la relación entre el psicoanálisis y la literatura es el género policial. Es el gran género moderno; inventado por Poe  en 1843, inundo el mundo contemporáneo. hoy miramos al mundo sobre la base de ese género, hoy vemos la realidad bajo la formad del crimen; como decía Bertolt Bretch , que es robar un banco comparado con fundarlo la relación entre la ley y la verdad es constitutiva del género, que es un género muy popular, como lo era la tragedia. Como los grandes géneros literarios, el policial ha sido capaz de discutir lo mismo de la sociedad de otra manera. Eso es lo que hace la literatura: discute de otra manera. Si uno no entiende que discute de otra manera le pide a la literatura que haga cosas que mejor las hará el periodismo. La literatura discute los mismos problemas que discute la sociedad, pero de otra manera, y esa otra manera es la clave de todo. Una de estas maneras es el género policial que viene discutiendo las cuestiones entre ley y verdad la no coincidencia entre la verdad y la ley.
Poe inventa un sujeto extraordinario, el detective, destinado a establecer la relación entre la ley y la verdad. El detective está hay para interpretar algo que ha sucedido, de lo que han quedado ciertos signos, y puede realizar esa función por que está fuera de cualquier institución. El detective no pertenece al mundo del delito ni al mundo de la ley; no es un policía. Dupín, sherlock holmes el detective privado está ahí para hacer ver que la ley en lugar institucional, la policía, funciona mal. El detective viene a poner el lugar de la verdad fuera de la institución. El es un sujeto de la verdad que no pertenece a ninguna institución donde la verdad sea legitimada.  Se plantea aquí una paradoja en la cual también estamos incluidos los Argentinos hoy: como hablar de una sociedad que a su vez nos determina, desde que lugar externo juzgarla si nosotros también estamos dentro de ella. El género  policial da una respuesta, que es extrema: el detective, aunque forme parte del universo que analiza, puede interpretarlo por qué no tiene relación con ninguna institución…, ni siquiera con el matrimonio. El detective no puede incluirse en ninguna institución social, ni siquiera la mas microscópica, por que ahí donde quede incluido no podrá decir lo que tiene que decir, que es esa tensión entre la ley y la verdad.
En la tragedia un sujeto recibe un mensaje que le está dirigido, lo interpreta mal, y la tragedia es el recorrido de esa interpretación; la tragedia es el modo en que el sujeto entiende mal. En el policial, el que interpreta a podido desligarse y habla de una historia que no es la de el, se ocupa de una cuestión que no es la de él: “me parece que los psicoanalistas tienen algún parentesco con esto.”

Invitación Conferencia pública


Invitación Seminario de Formación Lacaniana 2 sesión


Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis  NEL-Bogotá 
       
                    
 Seminario de Formación Lacaniana
Segunda Sesión

20 y 21 de septiembre de 2013


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Presentación
Nos ocuparemos en esta segunda parte de los conceptos de pulsión y transferencia, e intentaremos repensar las razones por las que Lacan se ve llevado a incluir el esbozo de la pulsión en su exploración de la transferencia. La distancia entre el Ideal y el objeto es tal vez una de las fórmulas más contundentes de este Seminario y también del final del análisis que de él se desprende. Un psicoanálisis puede ser leído desde esta perspectiva como un recorrido que va, tanto del amor a la pulsión, como del padre al deseo del analista. El fundamento libidinal de la transferencia se revela entonces como el operador que podrá dar acceso a un nuevo amor. ¿Cómo puede  un sujeto que ha atravesado el fantasma radical vivir la pulsión? es la pregunta que en este Seminario nos permitirá interrogar el estatuto de lo real y del final del análisis que despunta en la última enseñanza de Lacan.


Fecha y hora:
Viernes 20 de septiembre, 4:00 a 7:00 p.m.
Sábado 21 de septiembre, 9:00 a.m a 1:00 p.m y 3:00 a 5:30 p.m.

Lugar:
Sede de la NEL-Bogotá (Carrera 11B No. 99-54, Of. 602)  

Costos:
Miembros y Asociados: $150.000
Participantes del CID: $175.000
General: $200.000

Contactos: 6113511 / 6112953, nelbog.nueva.escuela.lacaniana@gmail.com

domingo, 21 de julio de 2013

Una mirada al psicoanálisis junguiano

Recomendados los artículos sobre el perfil del analista
http://analistajunguiano.blogspot.com/



EL PSICOANALISIS ANTE EL DEBATE POSMODERNO

(from Ricardo Acevedo)

Página/12
Jueves, 18 de julio de 2013

Izquierda lacaniana y antifilosofía

El autor admite que “el acierto del término ‘posmoderno’ fue mostrar que la modernidad no había sido superada, sino que entre sus pliegues había surgido algo que la excedía”, pero advierte que “la palabra ‘posmoderno’ terminó al servicio de legitimar la hegemonía neoliberal”; y –citando a Heidegger y Marx en el marco de una “antifilosofía”– propone “la elaboración conjetural de una izquierda lacaniana”.
 Por Jorge Alemán *
En los comienzos de la cuestión posmoderna había una atmósfera antifundamentalista y antitrascendentalista, especialmente en la “deconstrucción” de Jacques Derrida, en el “pensamiento débil” italiano –particularmente el de Vattimo–, y también en el mundo anglosajón con Richard Rorty y su ironía liberal. Todos ellos recuperaban textos de la tradición moderna, despojándolos de la marca metafísica que los mantenía domesticados. Fue un soplo vital en el llamado “fin de la filosofía” que habían diagnosticado Heidegger y, a su modo, Marx. El espíritu posmoderno puso énfasis en la contingencia, en el antiesencialismo; esto, y su interés por las construcciones históricas de la subjetividad, su valoración del “sinsentido”, del fin de los grandes relatos, hicieron que, a mi juicio, valiera la pena considerarlo como una interlocución fecunda con relación a la enseñanza de Lacan.
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En cualquier caso, el término “modernidad” no me parece ya designar de un modo pertinente a este mundo. En realidad, ese fue el acierto del término “posmoderno”: mostrar que la modernidad no había sido superada por una nueva etapa, que no había quedado atrás como otros momentos históricos, sino que entre sus pliegues había surgido algo que la excedía, especialmente en su configuración técnico-capitalista. La expresión “hipermoderno”, en cambio, podría dar la idea de una exaltación de lo moderno.
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Pero la palabra “posmoderno” devino un adjetivo que, en su funcionamiento semántico, terminó al servicio de legitimar la nueva hegemonía neoliberal. El fin de los grandes relatos se transformó en el abandono de las cuestiones de la ideología y de la política, y funcionó como un rechazo a pensar las lógicas emancipatorias. La desfundamentación se deslizó hacia un elogio de la ironía y el escepticismo, a la fascinación por la globalización y por la “sociedad del conocimiento”. En definitiva, “posmoderno” se convirtió en sinónimo de no establecer compromiso con causa alguna y jugar a ser un espectador lúcido de los acontecimientos, privilegiando su lado estético y sin consecuencias.
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De todas maneras, no veo posible un retorno a las categorías modernas europeas que no exija releerlas de modo muy radical. El “fin de la historia”, el fin del Estado-nación y el eclipse de la noción de sujeto no eran asumibles en el contexto América latina, si ésta quería mantenerse fiel a su legado. Se trata de una fidelidad que admite todo tipo de reformulaciones, en tanto no se limite a una identificación nostálgica con las consignas del pasado, sino que introduzca la pregunta por las condiciones de una nueva práctica emancipatoria. Así entiendo a Freud, Lacan, Heidegger y Marx, en la elaboración progresiva y conjetural de una “izquierda lacaniana”.
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Pero no puede haber ninguna práctica política con vocación emancipatoria que no tenga en cuenta el sujeto, sobre el que se asienta la enseñanza de Lacan. No se puede ya pensar la política a partir de un sujeto autorreflexivo, transparente para sí, sin opacidad alguna, capaz de objetivar su experiencia y de objetivarse a sí mismo. Hay que asumir la mala noticia del sujeto lacaniano o, dicho de otro modo, las distintas impasses que conlleva la “existencia sexuada, mortal y parlante”, tal como lo planteó Lacan.
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Planteo la conjetura antifilosófica como una estrategia para convocar a la filosofía y atravesarla. Si, en cambio, se rechaza a la filosofía de entrada, tal como lo hicieron los posfreudianos, la cosa se pone más filosófica y metafísica que nunca. La antifilosofía implica reconocer el elemento filosófico presente en los dispositivos que nos rigen en la época de la técnica, y problematizarlo desde lo que la experiencia analítica enseña y, de ese modo, alcanzar la verdadera cuestión a dirimir en el fin de la filosofía, que es la experiencia política de la igualdad, lo común y la justicia.
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Es cierto que también es propio de la filosofía el deseo de despertar de sí misma. Marx estuvo habitado por ese deseo, en el materialismo dialéctico; lo estuvo Heidegger, con su intento de salir de la filosofía a partir de una nueva topología que vinculara al pensamiento con la poesía entendida como decir; lo estuvo Wittgenstein, en sus juegos de lenguaje; y otros más, con los que la antifilosofía tiene que indagar su apertura.
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Hay muchas cuestiones modernas que han quedado pendientes de reformulación. La idea de revolución, como posibilidad deliberativa que tiene un pueblo para transformar su historia, ha quedado sepultada por una filosofía política que sólo intenta pensar la adaptación o la posible viabilidad del mundo contemporáneo. Por supuesto que términos como revolución, emancipación, uso público de la razón, deben ser indagados y reformulados. A su vez, es necesario admitir que no hubo una sola modernidad, la europea, seguida de su declinación mundial. Y podríamos aceptar el término “posmoderno” para designar el tiempo del capitalismo prescindiendo de la brújula que oriente a la historia hacia algún fin último.
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Se trataría más bien de pensar en constelaciones modernas-posmodernas, como marco en el que preguntarse cómo son y serán los vínculos sociales en el siglo XXI. Es indudable que la duración, la permanencia, la temporalidad de las instituciones familiares, políticas y económicas están siendo socavadas. En Europa, por ejemplo, nadie sabe ya cuánto tiempo seguirá viviendo en su ciudad, en su trabajo o en su entorno de relaciones cotidianas. Así sucede para miles de jóvenes, y a esto se lo llama “paradigma líquido”, “corrosión del carácter”, etcétera. Pero en definitiva es la vieja profecía de Marx, la de que todo lo sólido se iba a desvanecer en el aire.
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En cierta forma, tanto Marx como Heidegger entendieron que la modernidad estaba configurada de tal modo que en sus propios elementos había algo que la excedía, al modo del desencadenamiento de un real que no iba a poder ser ya metabolizado en lo simbólico. Pero mientras que, en Marx, el “sueño histórico” de la redención comunista era el fantasma que encubría esa cuestión, Heidegger supo ver algo que ningún progreso iba a poder curar: sólo un “salto”, “un paso atrás”, un “acontecimiento” nos podría “salvar” de las “estructuras de emplazamiento” propias de la técnica, cuyo destino último es adueñarse de la subjetividad en todas sus manifestaciones. Desde esta perspectiva, se podría pensar la posmodernidad como el tiempo diferido donde se piensan las impases modernas en sus determinaciones, y se abre una consideración sobre lo que puede venir a suplir el lugar ausente de los sujetos históricos modernos; las fuerzas materiales que se pueden combinar para que surja un deseo distinto a la orden de Gozar implícita en la nueva circulación de la mercancía.
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La política de inspiración lacaniana debe tener en cuenta la diferencia entre la realidad y lo real. Lo que llamamos sociedad no es una totalidad plena y objetivable: está atravesada por imposibilidades que dislocan su trama, por elementos heterogéneos con los que ella misma, la sociedad que los engendra, no sabe qué hacer; y también por los que Laclau denomina antagonismos, que se presentan constitutivamente como imposibles de reabsorber en un movimiento histórico con un sentido finalístico. En este punto, la política se vuelve un “saber hacer ahí” –como lo diría Lacan– con lo real imposible. Esto pone en cuestión la idea clásica de revolución, como el proyecto capaz de cambiar de raíz y en su totalidad el fundamento del edificio social. La emancipación, en cambio, es una tensa y permanente negociación con lo imposible. Por esto es importante no perder el horizonte democrático, ya que, cuando se lo radicaliza haciéndose cargo de la exclusión social y confrontando con las corporaciones neoliberales, la democracia resulta ser una superficie de inscripción que impide a las prácticas emancipatorias percibirse a sí mismas como una totalidad, que se realizaría “dialécticamente”.
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La expresión, “izquierda lacaniana” –que designo como conjetura– se propone como una herramienta para pensar la política a partir de la enseñanza de Lacan y, en particular, valiéndonos de todo aquello que Lacan elaboró con respecto a la cura psicoanalítica. Es mi diferencia respecto de los filósofos neolacanianos que prefieren hacer ingresar ciertos temas o problemas lacanianos al ámbito de la filosofía. Esto surge en una época donde lo atribuible a la posmodernidad, a la subjetividad contemporánea, empezó a describirse como una lógica cultural del capitalismo tardío: el sujeto líquido, precario, sin orientación ni gravedad, atado a sus prácticas de goce sin una brújula ética, sin lazos sociales ni relatos que le permitan acuñar una experiencia de transformación... Todas estas descripciones sociológicas y antropológicas dan cuenta de la transformación radical que implica el neoliberalismo como construcción de la subjetividad.
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El neoliberalismo no es solo una ideología a favor de los mercados y el capital financiero, no se reduce a una mera política económica. Tal como lo anticipó Foucault en Nacimiento de la biopolítica, el neoliberalismo es un conjunto de prácticas teóricas, políticas, estatales, institucionales, que apuntan a una nueva invención del sujeto. El sujeto neoliberal está organizado por distintos dispositivos para concebirse a sí mismo como emprendedor, como un empresario de sí, entregado a la maximización de su rendimiento.
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El sujeto neoliberal –a diferencia de la subjetividad clásica indagada por Foucault en La hermenéutica del sujeto, que veía en los “cuidados de sí” un modo de protegerse del exceso– siempre está sobrepasado por la exigencia “empresarial”, por tener que constituir su realidad desde sí mismo en su máxima rentabilidad. Por ello se han vuelto célebres los coaches, los entrenadores personales, los consejeros, los estrategas de la vida, los asesores de emprendimiento, todas técnicas subjetivas de despolitización de la existencia.
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Por supuesto, el reverso del emprendedor neoliberal es un dese-cho deprimido, indigno de valor o reconocimiento alguno, que se consume en su goce de sí. El neoliberalismo no es la desaparición del Estado frente a la marcha del mercado en su “mano invisible”. Esto es un error de perspectiva. Tal como ya se puede ver en Europa, el neoliberalismo se apropia del Estado y sus instituciones para que funcionen como dispositivos de entrenamiento subjetivo, a fin de que el sujeto se entregue a un espacio de exigencias ilimitadas que sólo puede asumir como emprendedor de sí, por fuera de las distancias simbólicas que aún perduraban en el sujeto moderno.
* Extractado de la participación del autor en un diálogo con el psicoanalista Mario Pujó, incluido en el libro Jacques Lacan y el debate posmoderno, de reciente aparición (ed. Filigrana).

miércoles, 10 de abril de 2013

Invitación conferencia: El daño al cuerpo. Imperativo sacrificial del Otro



 
 
 
 
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La Conferencia Mensual 
 en 
ANALÍTICA. Asociación de Psicoanálisis de Bogotá 
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EL DAÑO AL CUERPO.
IMPERATIVO SACRIFICIAL DEL OTRO

El gran Otro, estructura que antecede al sujeto, marca al sujeto en lo más íntimo, quedando concernido plenamente su cuerpo, aquella envoltura que le da soporte. En su intervención siempre está presente la violencia, violencia necesaria para que se instituya la marca. Sin embargo, su dominio no está libre de excesos; excesos que develan el goce que el Otro comporta. La mortificación y destrucción infligida al cuerpo, por un sujeto, no es ajena a esa violencia de más. A la vez, la marca del significante que el Otro imprime con violencia, troquela en el cuerpo del sujeto una marca de goce al afectarlo en lo real con la castración. Es decir, en la búsqueda de ordenamiento, de límite al deseo pleno o al goce del sujeto y en el camino de inmersión del sujeto naciente a la cultura, el Otro le exige perder un pedazo de su cuerpo para que pueda transformar el lugar que ha ocupado frente a él: que de objeto pueda advenir en sujeto de deseo, con efectos estructurantes en los diversos registros de la experiencia subjetiva. Los requerimientos castratorios los realiza para sellar su pacto, acto simbólico que marca lo real, donde el Otro también acepta cierto límite, acoge la pérdida al renunciar al sujeto como puro objeto de su goce.
Este pacto se constituye en una exigencia. En los imperativos, implícitos o explícitos, sobre renuncias a lograr, el exceso se produce por la cuota de goce que acarrean estos pedidos y por su desencuentro con el sujeto. A demandas sensatas se anudan algunas que expresan el desafuero y la violencia inmoderada del mandato: solicitudes abusivas al sujeto, exigencia de sumisión expiatoria, diversas formas de castigo, venganzas o pruebas de lealtad, introducción de grandes cuotas de culpa, reclamo a muerte de justicia o reparación por perjuicios causados, por deudas contraídas e impuestas...
En ocasiones, el Otro no solo pide un pedazo de cuerpo que limite al sujeto, por ejemplo en ciertas ceremonias rituales, sino que exige su cuerpo total como en los actos suicidas, heroicos, etc.; el sacrificio reclamado obliga la muerte, tanto más, mientras más presencia haga el ideal de dádiva al Otro, la avidez de goce o de violencia que acompañe al Otro o mientras más dificultad exista para que ese Otro asuma su límite. Muchas veces el sujeto responde dañando su cuerpo para ponerle límites a ese exceso.

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CONFERENCISTA

Carmen Lucía Díaz


Psicoanalista. Profesora asociada, Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura, Universidad Nacional de Colombia. Miembro fundador de Analítica Asociación de Psicoanálisis de Bogotá.
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Fecha: Viernes 19 de abril de 2013
Hora: 7:00 p.m. 
Lugar: Calle 94 N°15- 28 / 32  8° piso (ingreso por el parqueadero)
  
ENTRADA LIBRE
 
info@analitica-apb.com
www.analitica-apb.com


 
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