Una excelente
disertación sobre esa terrible manía humana de vivir (y sufrir) por el
reconocimiento
Reseña de la presentación del libro de Miquel
Bassols: “Tu yo no es tuyo. Lo real del psicoanálisis en la ciencia”.
de Biblioteca Campo Freudiano, el Lunes, 18
de junio de 2012
“Tu yo no es tuyo. Lo real del psicoanálisis en
la ciencia”. Editorial Tres Haches, Bs. As., 2011.
Reseña, casi transcripción, realizada por
Myriam Chang
Salvador Foraster toma la palabra para presentar el acto, ―el
primero organizado de manera conjunta, entre la Librería Xoroi y la Biblioteca
del Campo Freudiano de Barcelona― expresando al mismo tiempo su anhelo de que
haya una continuidad. Agradece a la Facultad de Ciencias de la Comunicación, de
la Universidad Blanquerna, su participación al ofrecer el espacio de reunión
necesario donde conversar sobre un libro de psicoanálisis, siendo además que el
discurso psicoanalítico está excluido de sus aulas. Explica la dificultad para
encontrar un interlocutor que, desde el ámbito de la ciencia, intercambie con
Miquel Bassols, autor del libro, su opinión y parecer. Habiendo repasado todos
los campos posibles de la ciencia, la organización terminó por decantarse por
la Filosofía y, en nombre de ésta Manuel Cruz, allí presente.
S. Foraster presenta a los dos participantes: Miquel Bassols,
psicoanalista, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la Escuela
Lacaniana de Psicoanálisis y de la École de la Cause Freudienne, Docente de la
Sección Clínica y Coordinador del Instituto del Campo Freudiano en Barcelona.
Ha obtenido el grado de Doctor en el Departamento de Psicoanálisis, de Paris
VIII. Y últimamente, en un espacio de tiempo muy corto ha escrito varios
libros: Lecturas de la página en blanco, Finales de Análisis, Llull con
Lacan. El amor, la palabra y la letra en la psicosis, La interpretación como
malentendido, y el que hoy convoca este acto: “Tu yo no es tuyo. Lo real del
psicoanálisis en la ciencia”.
Manuel Cruz, filósofo, catedrático de Filosofía contemporánea en
la Universidad de Barcelona, que participa desde hace varios años, en diversos
medios periodísticos, de la radio y la televisión, con una extensísima
bibliografía entre sus obras, de las que cabe destacar: La tarea de pensar.
También es ganador de varios premios. El último de los cuales es el Premio
Jovellanos por un libro que pronto saldrá publicado: Adiós historia,
adiós. Y otros títulos anteriores como: Amo, luego existo. Los filósofos y
el amor, Menú de degustación. La tarea del filósofo, Pensar por pensar,
Cómo hacer cosas con recuerdos y otros títulos más. M. Cruz ha participado
en esta misma semana en una mesa de debate sobre el tema del amor, también con
psicoanalistas.
Y, finalmente, Mario Izcovich, psicoanalista y actual
Director de la Biblioteca del Campo Freudiano en Barcelona, a quien pasa la
palabra como como organizador.
Mario Izcovich agradece en primer lugar, el honor que implica
estar allí presentando este libro. Un privilegio doble, en primer lugar por ser
un libro de psicoanálisis que se publica, en este país, en este momento tan
controvertido. Y en segundo lugar, por tratarse de un libro de Miquel Bassols,
que trata un tema importante en la civilización actual. Un faro en medio de cierta
oscuridad que estamos percibiendo. Se trataba también de una apuesta hacer una
presentación de un libro de psicoanálisis fuera de la Biblioteca del Campo
Freudiano, en conjunto con la Librería Xoroi y la Universidad. Se trataba
también de apostar por una presentación que fuese un diálogo entre, si no es
posible entre psicoanalistas de distintas orientaciones, sí al menos entre
psicoanalistas y representantes de otros campos de la cultura. Si es esta la
primera vez que se organiza en conjunto con la Librería Xoroi espera también
que se pueda hacer una serie. Este libro le parece que por su tema, se alinea
junto al libro de Javier Peteiro; El autoritarismo científico ―que la
Biblioteca ya presentó hace algo más de un año―, y que a la vez incluye un
apartado del diálogo muy fructífero entre ambos autores. Es un libro que puede
servir de referencia para pensar cuestiones centrales que van a tener
repercusión en la clínica, pero que sobre todo tienen que ver con el mundo
actual. Y a la vez, se adelanta con dos años, al tema del Congreso de la
Asociación Mundial de Psicoanálisis, que será en París, en 2014, Lo real
en el siglo XXI. Encuentra en la lectura del libro una segunda frase además de
la que se plantea como título: “Tu yo no es tuyo”, y es: “Tu eres más bien tu
síntoma” que le parece da respuesta a la primera. Lo que implica una manera de
devolver al psicoanálisis su lugar de subversión dentro de la cultura. Pasa,
entonces, la palabra a la sala dando la oportunidad al diálogo.
Manuel Cruz, tras los agradecimientos, comenta que participar en
la presentación de un libro, algo que le apetecía hacer, no implica sólo el
elogio al autor sino también el aceptar que el libro nos ha dado en qué pensar
e intentar continuar pensando. Sobre todo porque en el último tiempo, le ocurre
algo no sabe si con el psicoanálisis, o con los psicoanalistas en general.
Lamenta que el acto esté oscurecido por la ausencia de Vicente Palomera con
quien se conocen desde sus días de estudiantes y con quien se volvió a
encontrar en un acto de celebración del Décimo Aniversario de la Revista
Freudiana. Y más tarde, en otro acto con Enric Berenguer, en la presentación
del Seminario V de Jacques Lacan. A partir de estos encuentros se vio invitado
a repensar su relación con el psicoanálisis y con los psicoanalistas y a
ahuyentar un tópico de su cabeza. Se había hecho una idea de los psicoanalistas
como reductivistas que acababan cada frase con un: “eso ya lo dice Lacan”. Pero
a través de estos contactos ha ido cambiando su concepción sobre los mismos.
Encontrando un cambio de actitud, una disponibilidad, una sensibilidad, una
voluntad de interacción con otros discursos que abren unas expectativas nuevas.
Un amigo psicoanalista le enviaba esta mañana un correo expresándole que la
filosofía es, uno de los discursos que lindan con el psicoanálisis, que más le
interesan. Y él piensa que es realmente así, que hay una coincidencia profunda
en algunos de los temas que ambas disciplinas intentan pensar: el alma humana,
el yo, el sujeto, la persona, la identidad, la ontología. A comienzos de semana
leía un libro de Coetze en el que se decía, que los animales no esconden sus
excrementos y hacen el amor en público, mientras que lo primero en lo que se
diferencian los seres humanos es que hacen estas actividades en privado. Ese es
el origen de la condición humana. William James en “Principios de psicología”
decía que la principal motivación humana es el reconocimiento. Desde que el
hombre es hombre el reconocimiento le define. El hombre empieza a definirse por
la vergüenza, por la mirada, porque le importa la mirada del otro. El Otro nos
constituye al punto de que lo que más nos importa es el reconocimiento. Si bien
se modula, hablando de historias se modula según las épocas, hablando de
personas a cada cual nos importa a nuestra manera. Pero a todos nos interesa el
reconocimiento. Encuentra el libro de Bassols muy ambicioso en cuanto a sus
citas, pudiendo recorrer un amplio número de autores, no sólo de la filosofía
sino también de la ciencia en general. Algo que lo tiene completamente
entregado. Según William Blake la identidad se construye a golpe de
reconocimiento. Son los demás los que nos hacen saber lo que somos, que hay que
decir más bien, por quién somos tomados. La construcción de la identidad no es
sino la travesía de lo que el sujeto piensa que el mundo piensa de él. La vida
es entonces una gran transacción que se juega en muchos ámbitos. Cada uno va
viendo por quién es tomado, cómo se le acepta y por qué se le rechaza. Esto es
también social, es público, es político. En uno de estos libros, sobre la
identidad, se cuenta una anécdota sobre una muchacha afroamericana en un
Instituto de los Estados Unidos. Era una muchacha más o menos gamberra. Había
cometido una infracción por la cual debía ser sancionada. No obstante, el
director del Instituto en lugar de sancionarla, por el hecho de ser
reincidente, decide informar al sheriff del condado. En ese momento se está
construyendo una escena importantísima en la identidad de esta persona. Por esa
denuncia pasó de ser simplemente una gamberra a tener antecedentes penales.
Según algunos autores este paso es normal, no se ve en ello mayor dificultad
pero, para los althusserianos la construcción de la identidad es el escenario
de un conflicto: nos hacen pero también nos deshacen. Los demás también nos
generan los conflictos que nos desgarran. Aquí entra en juego la culpa. Y lo
que llamamos Yo, sujeto, es una construcción. Pero, la cuestión no es si es una
construcción o no. La cuestión es si la aceptamos o no, si queremos o no
participar en su construcción o en su disolución. Como decía Sartre, lo
importante no es lo que han hecho con nosotros sino lo que hacemos nosotros con
lo que han hecho de nosotros. El problema estriba en si queremos participar en
esta construcción. Si tenemos claro lo que queremos ser. Si no queremos la
disolución, sino participar en la construcción de ese yo, la cuestión es cómo
queremos que sea ese Yo.
M. Bassols agradece las intervenciones, a la Librería Xoroi,
la BCFB y la Universidad. Y aclara que lo que ha sido difícil es encontrar a
alguien que piense. M. Cruz tiene un libro: “La tarea de pensar”, y la primera
frase que le viene a la cabeza en relación a este título es la frase de
Heidegger: la ciencia no piensa. Agradece, entonces, a Manuel Cruz por
prestarse a pensar. Este libro tiene su origen en los laboratorios de la
Universidad Jacques Lacan. En un laboratorio dedicado al estudio de la relación
del psicoanálisis con la ciencia: “Psicoanálisis y criterios científicos”. El
psicoanálisis no es una ciencia pero surge de ella y está en el corazón mismo
de lo que la ciencia está realizando como proyecto en nuestro mundo. Y es aquí
donde entra el tema del sujeto, de la identidad, del Yo, con el qué somos.
¿Somos un montón de genes o de neuronas? Por cierto este fue un debate que
comenzó ya en los años ‘90, en un programa llamado “La ventana”, que dirigía
Xavier Sardá, donde se le invitó a participar en un debate sobre el tema. Entra
luego a tomar directamente el problema que ha planteado M. Cruz, que le parece
fundamental. Pues en efecto, está en el corazón de su libro y es el tema de la
identidad y el del reconocimiento. El sujeto es una constante demanda de
reconocimiento. Si uno va a las ciencias se llega a dos cuestiones no
resueltas: 1) ¿qué es el lenguaje? y, 2) ¿qué es la conciencia? No se encuentra
la sede del lenguaje ni siquiera en las neurociencias. El lenguaje no tiene
base en el cuerpo y tampoco se encuentra el lugar de la conciencia. Son dos
zonas en blanco en el mapa de la ciencia. Son terra incógnita en su
campo. Para empezar a plantear el tema, dentro del psicoanálisis, lo primero
que hay que decir es que el Yo no es el sujeto. Y añadir que el lenguaje no
tiene una emergencia natural, autónoma, nace en el Otro. Hubo una serie de experiencias
en la historia, como aquella de Federico II, que ordenó dejar a un grupo de
recién nacidos al cuidado de personas que sólo atendían a sus necesidades y con
órdenes de no dirigirles palabra alguna, sin reconocimiento de ningún tipo, se
podría decir. La idea de Federico II era ¿qué lengua hablarían esos niños? con
el resultado de que todos murieron, sin esa instancia del Otro que los
reconozca, que les de el lenguaje, y que les de un sostén para construir su
identidad. Ese gran Otro es una instancia ineludible para tratar el tema del
sujeto. Esto es incluso un problema clínico. A quien va a análisis se le
escucha, no como a un Yo idéntico a sí mismo, sino como a un sujeto que en
algún lugar falta a su conciencia. En algún punto de su conciencia hay un
agujero y es ahí que hablamos de inconsciente. Se abre aquí una primera gran
línea de debate entre psicoanálisis y ciencia. De ahí el cambio entre los
analistas de los años ‘70 y los de hoy: es que se han ampliado sus lecturas. Se
han tomado el trabajo de leer para poder discutir con la ciencia, de ahí que en
el próximo Congreso, en París, se piense en debatir sobre el desorden de lo
real. No hay leyes en el funcionamiento de lo real. Esto es con lo que se está
encontrando la ciencia. Es un real completamente desregulado. Para Lacan, lo
real es lo que no cesa de no escribirse. Esto es también un problema clínico.
Algo falta en su conciencia que forma parte de su sufrimiento más singular. En
Madrid, después del atentado del 11 M, lo que manifestaban los sujetos es que
lo traumático, lo que les subvertía en lo más profundo, no era lo que había
ocurrido, sino lo que no había llegado a ocurrir. Lo que volvía, de manera
torturante, en las pesadillas, en los recuerdos, era lo que no había llegado a
realizarse. Para los analistas era un ejemplo de lo que Freud había llamado el
trauma como lo que no cesa de no ocurrir. No puede llegar a encontrar su lugar
en la realidad simbólica del sujeto. Eso que no llega a escribirse, como decía
Lacan, está en el corazón del trauma, y está también en el problema de la
identidad. Cada sujeto es distinto a otro, en la medida que se sitúa, en que
responde a ese real de una manera o de otra. Y esto es lo que el psicoanálisis
aborda de una manera completamente inédita. Lo que Lacan encuentra es que lo
real es lo que escapa al dominio de la ciencia. Y en el psicoanálisis hay algo
más que escapa a las neurociencias. Es un debate abierto. Sobre el problema de
la identidad hay un autor que le gusta mucho citar y que es Julián Ríos, es un
autor joyceano, que frente a la frase bíblica que sostiene la identidad de
impostura del “Yo soy el que soy” dice: “Yo soy el que es hoy”. De manera que
el “soy” queda limitado según las circunstancias del “hoy”.
Isabel Durand pregunta sobre lo último explicado por Miquel y
que se refiere al real, explicado en los ejemplos de Madrid, como lo que no
había podido hacerse. Y se le ha ocurrido remitirlo a la impotencia de cada
sujeto frente a un imposible. Que cuando se dice que un análisis debe pasar de
la impotencia a lo imposible se topa con la singularidad de cada sujeto para
aceptar lo imposible. Y con respecto a lo que decía M. Cruz que hablaba de esta
búsqueda de reconocimiento en el ser humano, que precisamente por no tener una
identidad, tiene que identificarse. Y se le ocurría que un análisis podría
servir para hacer un duelo de esta alienación por esta pregunta de ¿quién soy?
Tal vez cuando uno puede encontrar un tope a esa pregunta, puede obtener un
cierto alivio y podría dedicarse a otras cosas.
M. Bassols agrega que el problema de lo real en la ciencia no
tiene el estatuto de la realidad. De donde surge la cuestión de ¿a qué se llama
lo real en cada una de las disciplinas científicas? Cada una construye su
propio vínculo con lo real. De manera que la ciencia como tal ha dejado de
existir y lo que encontramos son “las ciencias”, como el modo particular que
cada disciplina tiene para abordar ese real. Lo que aplicado a la clínica nos
lleva a preguntarnos sobre la idea de real que trae cada sujeto que viene a
análisis. El analista no tiene idea de ese real, no puede poner palabras para
nombrar ese real que trae el sujeto. De manera que cada terapeuta tiene una
posición distinta al momento de escuchar al sujeto que tiene delante. Por
ejemplo, un terapeuta que cree tener la idea “correcta” sobre ese real al que
ha de adaptar al sujeto. De esta idea de real que tiene cada terapeuta, de su
posición frente a lo real, se deriva su ética. De cómo entendemos lo real en
cada caso. En esto él se manifiesta más riguroso en la cuestión del debate.
Llevar la discusión al caso por caso. ¿Cómo entendemos lo real en cada caso?
Ahí es donde se pondría a prueba la potencia, la eficacia de los discursos.
Sobre lo real tendremos que seguir hablando, no sólo porque será el Congreso
dentro de dos años, sino porque será el gran tema de debate, para la ciencia y
para el pensamiento, en el siglo XXI.
M. Cruz: cuando ha escuchado la expresión “el duelo de la
alienación”, dentro de la lógica de la búsqueda de reconocimiento, se le ha
disparado en la cabeza el concepto de ideología, el concepto de engaño. Se
pregunta si hablar del “duelo de la alienación” ¿significa hablar del duelo por
un engaño, finalmente reconocido como tal, en todos los contextos o habría que
verlo caso por caso? Hay algo que es casi universal, cuando el individuo
reconoce la condición de artificio de su propia identidad. Que hasta entonces
él podía vivir casi, casi, como un destino, como una fatalidad, como una culpa
en ocasiones. A veces en la literatura más clásica, aunque ahora casi ha
desaparecido... la idea de la maldición. ¿A qué experiencia correspondía que
alguien se sintiese maldito? Cree que se correspondía con la imposibilidad de
transferir eso a ninguna otra instancia. Hay un daño intransferible del que al
mismo tiempo, desde algún punto de vista, el sujeto se siente inocente. En todo
caso, es un universal este alivio que experimenta cualquiera cuando de pronto,
en lo que aparecía como factibilidad abstracta, que venía de fuera, reconoce su
condición artificial y por tanto manejable. Esta es una cuestión. Y otra
cuestión es ¿estamos dando por descontado que cualquier identidad es
contradictoria? ¿La historia de una identidad es necesariamente la historia de
un desgarro? Y esta es una pregunta para la que no tiene respuesta, sólo
sospechas. ¿Es pensable una identidad confortable, o como diría Hegel, una
identidad reconciliada? ¿Es pensable o no, o ya de salida lo tenemos que
descartar? Entonces, si es así, cualquier identidad es una maldición, sea cual
sea. La única diferencia será que hay maldiciones llevaderas y maldiciones
insoportables. Por resumirlo, una vez que uno reconoce la condición de
artefacto de la propia identidad, y por tanto, la identidad ya no es un engaño
sino que ha mostrado su naturaleza, ¿esa es la última palabra? O, ¿hay formas
distintas de vivir la identidad?
Le pasa la pregunta a M. Bassols que a su vez pasa la pregunta a
la sala.
Neus Carbonell indica que no se puede vivir desidentificado.
M. Bassols está de acuerdo con esta intervención. Y agrega
que un hombre o una mujer desidentificados es la locura. Hay siempre algo de
locura en cada identidad, pero cierto punto de identidad es una condición.
Enric Berenguer hace una pregunta sobre los intercambios que
los presentes han hecho con los científicos, porque por lo que parece, que lo
que se establece perdura. No parece haber una diferencia entre el hombre
máquina y el hombre neuronal. Hay como una concepción dieciochesca que perdura.
Hay una permanencia de ese paradigma. A Bentham, en el siglo XVIII, se le
ocurre en algún momento que él puede ser un Newton de la moral. Era un proyecto
novedoso que había que poner a prueba, e introduce una lógica matemática, con
la idea de que hay un saber en lo real que le permitiría introducirnos en las
leyes físicas y estructurales de las conductas. Y después ha habido una serie
de fracasos repetidos de intentos de probar este proyecto de lo que sería el
modelo científico aplicado a lo social, a lo moral. Hay una resistencia que
sería más aplicable a la ciencia de Newton, porque en realidad en la ciencia
newtoniana había una creencia en un ser que ordenaba lo real. Incluso
Jacques-Alain Miller retoma en la conferencia con la que introduce el tema “del
desorden de lo real en el siglo XXI” el escándalo de Einstein cuando se asombra
ante la física cuántica: “No puede ser, Dios no juega a los dados”. Que en este
punto es casi newtoniano: Newton que ha revolucionado las leyes de la física,
retrocede: Dios no juega al azar. E. Berenguer ve que hay una tenacidad, una
resistencia a aceptar que hay un desorden en lo real. Vemos que hay un tiempo
lógico que tenemos que acompañar. Y se pregunta si ese tiempo hará que la
ciencia empiece a ver la conclusión y que irradie hasta otros ámbitos que esa
esperanza realmente no se dará. Porque el tecnicismo proviene del siglo XVIII,
pero ¿hay realmente una ciencia del siglo XXI que pueda decir al tecnicismo del
siglo XVIII: esa esperanza era vana, o no?
A Miquel esta intervención le parece muy sugerente. E
indica que hay parte de la ciencia que apunta a lo que Enric ha aportado.
Después de lo que él ha llamado el “amarillismo científico” con el que nos
invaden las páginas de los periódicos cada día: “se ha descubierto el gen del
suicidio”, “se ha descubierto el gen del autismo”, “se ha descubierto el
orgasmo femenino en tal zona del cerebro”. Esto es muy del día a día en ciertos
periódicos mientras que en otros eso es algo más abierto. Es cierto que ese
cientificismo sigue existiendo tal cual el Hombre máquina, en algunos sectores
de la ciencia. Pero también es cierto que en otros sectores, hay gente que ni
siquiera está vinculada al psicoanálisis, entre ellos Javier Peteiro, que están
planteando otras cuestiones. En esto hay como un movimiento de péndulo. La
ciencia ha venido a ocupar el lugar de la autoridad, como en la universidad,
por ejemplo. En muchos lugares ha venido a ocupar el lugar de la religión en
los que se constata cierto declive del Nombre del Padre, por ejemplo. Y ese
lugar lo ha ocupado cierta posición de la ciencia. Pero cree que la ciencia
está empezando a captar los efectos sobre ella misma de la imposibilidad de
mantener ese lugar con su perspectiva actual. Y, en efecto, se va viendo cada
vez más, lugares de reflexión donde ese cientificismo del siglo XVIII, que
pervive de una manera loca, en una epistemología ya completamente fenecida,
pero que sigue sosteniéndose en ideas de método científico. El cognitivismo,
por ejemplo, que no puede discutir sobre ciencia porque no tiene ni idea de lo
que hace, porque ya ha abandonado esa pretensión, y sigue funcionando por
estadística, pensando que la estadística es “La Ciencia”. Hay ahí cierto
aplastamiento del pensar que M. Bassols considera muy problemático. No
obstante, empieza a vislumbrar cierto movimiento, o bien de péndulo, o bien de
que el hilo del péndulo se ha roto y estamos ya en otra lógica. En el que la
ciencia empieza a encontrar ciertos puntos de límite. Incluso en los libros de
neurociencia más dura ha empezado a encontrar, en Bennett y Hacker, por ejemplo,
e incluso en Antonio Damasio se pueden leer capítulos en los que se pone en
cuestión esa ilusión vana que reduce la conciencia al hombre máquina. Algo
completamente delirante. Pero en efecto hay en la ciencia determinados sectores
que se están ya anticipando a ciertos desarrollos actuales y que en el
psicoanálisis debemos estar listos a seguir, a acompañar, a dialogar con esos
avances. Solo una cuestión más con respecto a la identidad, puesto que Manuel
ha planteado, ¿qué pasa cuando el sujeto ha encontrado el artificio de su
identidad qué es lo queda después? Desde el psicoanálisis, al menos, lo que
queda después es algo que parte de una incompatibilidad que rompe con el cogito
cartesiano y, es que el Yo del “yo pienso” no coincide con el “yo de los sueños”,
que necesariamente se escapa algo en mi pensamiento de lo que “soy”. Yo no
puedo pensar todo lo que soy, ni puedo ser todo lo que pienso. Hay algo donde
yo no puedo pensar. Y esto es lo que llamamos inconsciente. Soy de alguna
manera inconsciente en mi pensamiento y a la vez no puedo llegar a pensar todo
lo que soy. De ahí que haya que re estudiar el cogito cartesiano, de donde nace
en el siglo XVII la ciencia: necesariamente hay un Yo del “yo pienso” que no
coincide con el Yo de lo que “soy”. Y que en algún punto toda identidad está
hendida, fracturada, dividida entre lo que es y lo que piensa. Si uno puede
llegar a asumir esa fractura en el interior de cada sujeto, ciertamente, se
produce algo muy apaciguador. Porque además los delirios de identidad se rebajan
mucho. Uno ya no se piensa tan idéntico a sí mismo, ni va a reivindicar más su
identidad, porque sabe que no puede pensarla toda, ni puede ser toda en su
pensamiento. Esto alivia bastante y ayuda a vivir más en paz.
M. Cruz está de acuerdo en que hay una dimensión del mundo
que se le escapa al sujeto. Pero no debemos olvidar que el mundo propicia,
potencia, induce en el sujeto. No piensa que sea un delirio, o una fantasía
utópica pensar en sociedades, en mundos, en realidades menos agresivas. Menos hostiles
con las exigencias del quién debe ser. Aduce que se ve gente que llega con un
conflicto inducido y en el que se ve claramente quién es el agente de la
inducción. Por otra parte, la imagen del péndulo le parece muy acertada, tiene
también la sensación, de que en el último tiempo se ha producido el rasgo de un
divorcio entre la realidad de la ciencia, ―que es ya realidad tecnocientífica,
lo que se llama el complejo científico-técnico que ya va por su lado― y el
discurso. Nos podemos encontrar con la paradoja acerca de la naturaleza de la
tecnociencia, de que se están haciendo planteamientos muy claros, muy críticos,
muy escépticos pero en el campo de la ciencia ni caso: todos apuntan a la
cuantificación. Y esto va en función de los recursos. Uno se puede leer a
Bauman por la noche pero sabe que nadie le va a dar un duro por eso. En cambio,
dinero para encuestas de opinión, sociología de mercado, etc., todo lo que
ustedes quieran. Entonces, las ideas están muy claras, pero la tecnociencia a
lo mejor lleva su velocidad de crucero.
Eugenio Díaz retoma esta vía y lo que había planteado E.
Berenguer, que no es sólo la ciencia sino que además hay una alianza con el
capitalismo. Lo que es una gran novedad que pone en seria dificultad esta
esperanza. No es que no haya científicos que no estén disponibles para pensar
al sujeto como no igual al gen. El asunto es que en la alianza con el
capitalismo hay un programa: que el sujeto, en tanto que sus dificultades en la
identidad y con su Yo, que el sujeto desaparezca. Quiere respecto a esto hacer
un elogio al título del libro, “Tu Yo no es tuyo”, que implica desde el
psicoanálisis, como lo acaba de decir Miquel que hay algo que se te escapa,
pero también, “Tu Yo no es tuyo”, en tanto que tu Yo es de esta alianza en la que,
en lugar de un ciudadano, queda un consumidor.
M. Bassols, acota: “Tu Yo es de los mercados”
E. Díaz añade que incluso “tu acto” está bajo sospecha de
cara a los mercados. Unos rumores pueden hacer sospechar a los mercados y eso
hace que suba o que baje la prima de riesgo… y demás. Le parece que hay algo
más complicado en este péndulo de que hablaban.
Siguiendo esta línea, M. Izcovich, y retomando la pregunta
que hacía E. Berenguer ubica en el libro lo que M. Bassols llama la
multiplicidad de yoes y por otro lado, la búsqueda del Yo fuerte. Volviendo a
la diferencia con respecto al siglo XVIII, donde no había esta multiplicidad
que es más propia de esta época, se preguntaba si en esta época postmoderna con
esta multiplicidad, y la alianza con el capitalismo de la que se ha hablado, si
la nostalgia de la autoridad pasada, de un modelo de familia pasado, etc., si
no será una manera de responder ante esto.
Gabriela Galarraga pregunta si no hay una feminización de la
ciencia que pasa de la lógica del todo al no-todo.
Esta es justamente la línea, dice M. Bassols, que ha tomado
en su exposición en el Congreso. Aduce que hay una feminización en el más
estricto sentido que Lacan le da a este término. Cuando se plantea la cuestión
de la tecnociencia es cierto que hay un cambio fundamental, de cierto
movimiento de la ciencia, desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX. Y lo
que ocurre, después de la segunda guerra mundial, es el famoso informe
Vannevar-Bush, de 1949, donde por primera vez se plantea la alianza entre la
investigación científica y la política de guerra. Esto es en los EE. UU. y lo
ha estudiado Javier Echeverría en su libro sobre el origen de las
tecnociencias. Ahí se da un cambio de discurso muy importante, por esa alianza
entre el discurso de la ciencia y el discurso capitalista, que ha sido arrasador
en el mundo contemporáneo y que cambia completamente el paradigma. Ya no se
hablará más de ciencia sino de tecnociencia. De ahí también esa fractura de la
que se ha hablado.
M. Bassols cree que estamos empezando a medir los efectos en
el ámbito de la clínica misma. Hay estudios que intentan dilucidar ese efecto
en la clínica. No en el sentido de si hay más o menos fármacos, sino cómo la
perspectiva de la tecnociencia actual incide en lo que los sujetos vienen a
explicar al análisis en las primeras entrevistas. Esto ha entrado tanto en el
discurso común que incide en la forma cómo el sujeto viene a hablar de su
malestar. De alguna manera, llevaría el informe Vannevar-Bush incrustrado en su
discurso. Hay formas de quejarse del malestar que siguen ya esos parámetros de
la tecnociencia. No es entonces, sólo un problema epistemológico, sino de nuevo
un problema ético y clínico de primer orden. Esa alianza la estamos encontrando
ya en sus efectos, de algo que viene de los años ‘40 y ‘50. En la industria
farmacológica eso ha tenido efectos importantísimos. En la investigación
científica actual tiene muchos efectos porque hay toda una serie de elementos
de investigación que no se producen ya, por ese hecho. En las revistas
científicas se ve cómo hay líneas de investigación que se abandonan por
criterios tecnocientíficos únicamente. Que por otra parte, van en detrimento de
la propia ciencia. Desde el interior de la ciencia se está produciendo una
crítica interesante, porque la propia ciencia no es ajena a los efectos de esa
alianza con el discurso del capitalismo.
M. Cruz explica para secundar esta idea que, en reuniones en
la Universidad, los datos que se manejan son las investigaciones que corren a
cuenta de las empresas privadas, en otros países y en España. En España la
investigación científica todavía es pública, pero en países como Estados Unidos
la investigación es completamente privada. Lo que pone de manifiesto esa
vinculación entre la ciencia y el mercado de manera muy clara. Por otro lado,
retomando la cuestión de los múltiples Yoes, ¿hasta qué punto esos múltiples
yoes, no es sino la manifestación de la multiplicidad real en la vida de la
gente? Es decir, que la nostalgia del Yo fuerte es una nostalgia imposible.
Corresponde con una realidad social y por tanto, mental, determinada: una
persona que tiene todas sus esferas bien encajadas una dentro de otra. Pero
esto ha estallado, este ideal ya no existe en ningún ámbito. En lo laboral, ya
no es que un individuo tenga muchos trabajos, el ideal es que se dedique a
distintas actividades, en épocas distintas de su vida. De manera que esa
identidad fuerte que se tenía de identificaciones bien encajadas, como muñecas
rusas, ahora ha saltado por los aires. Lo que ahora existe es la fragmentación
de las diversas dimensiones de la vida real de los individuos. Entonces, el yo
fuerte, no es realmente materializable.
En la clínica, dice Bassols esto se capta a menudo. El
aumento de las depresiones es un índice pero no se resuelve en eso, es algo más
fundamental. Hay algo que Jacques-Alain Miller ha hecho notar también, que hay
como una especie de melancolización fundamental en lo actual, que en efecto da
cuenta de esa fragmentación de su identidad. No hay un Yo fuerte, no hay
tampoco el punto de identificación fundamental que atravesaba toda una vida,
que daba consistencia a ese Yo. No hay el “Yo soy y seré”. Hay el “yo soy el
que es hoy, y mañana ya veremos”. Se parece bastante a la figura del
melancólico que Freud borda en su texto: “la sombra del objeto perdido ha caído
sobre su Yo”. Y aparece disperso, diseminado en una serie de trozos que en su
vida va recorriendo a la búsqueda de esa identidad perdida. Esto se refleja
bien en la clínica. La de los años ‘80 no es la misma que es hoy.
M. Izcovich habla de la búsqueda de un sentido: ser
drogadicto, ludópata, etc.
Bassols afirma que en efecto florecen las pequeñas zonas de
identidad, de identificación como consumidores de tal o tal. Grupos alrededor
de tal síntoma. Y es cierto que se va reproduciendo en cadena esa fragmentación
de la identidad.
M. Cruz cuenta una anécdota que da cuenta de este fenómeno
por el cual un sujeto se define por tal o tal adicción o consumo. Se encontraba
en Argentina en una época en que había habido una inundación de dos ríos. El
veía en la televisión un reportaje. Iba el periodista con la alcachofa entre
las tiendas de los refugiados y se acerca a alguien que estaba por ahí, pero no
tenía claro si había sufrido la inundación o estaba de paso, y le hizo una
pregunta casi metafísica: “¿es usted un inundado?”. Le otorgaba una identidad a
partir de un hecho determinado.
Interviene alguien en la sala manifestando su pesimismo con
respecto a lo que el sujeto es para la sociología cuantitativa.
Miquel interviene para decir que para la sociología
cuantitativa cada uno es un número, es una variable. Como también para cierta
parte de la psicología el sujeto es una conducta cuantificable. En la
maquinaria de la evaluación, todos somos evaluados en ese sentido, pero
evaluados en tanto cifra. Todo es reducible a una cantidad o a una cifra. Esa
es una manera de resolver la identidad. Hay que pensar que también es cierto
que hay una demanda de eso. La mercadotecnia impone el preferir ser un número a
plantearse qué se es, y seguramente es una manera de resolver el problema, de
desplazarlo o de agravarlo finalmente. Pero no hay que perder de vista que hay
una inercia, que hay una corriente de la ciencia ―Galileo lo formulaba en esos
términos: “medir todo lo que sea medible y hacer medible lo no medible”― que se
ha orientado siempre en esa idea. Pero finalmente, el ser del sujeto no es
medible, ni numerable. Pero se ve que más avanza esa corriente, más produce
efectos de segregación de lo no cuantificable, de lo no numerable. Y eso pulula
como una especie de virus que también está inundando todo. En términos
psicoanalíticos: cuanto más se reprime por un lado vuelve por el otro, de otra
manera. Y a la vez hay el grito del sujeto moderno, “no quiero ser
identificado”, “no me identifiquen”. Lo hemos escuchado en el discurso de “Los
indignados”: No me identifiquen. Para ser escuchados en la singularidad de su
voz más allá de cualquier representación. Hay una reivindicación del sujeto
contemporáneo de no ser numerado, de no ser cuantificado. Y esto va muy en la
línea del sujeto que el psicoanálisis escucha.
M. Cruz con respecto a que a veces nos guste ser número,
recuerda que Santallana decía en un poema: “me gustaría olvidar que yo soy yo”.
Mucho del éxito de cierto orientalismo de baratillo tiene que ver con esto.
¡Abdicar de la identidad, qué bien! ¿Por qué? Porque cada identidad podría
contar como sucesivos episodios de control social. Todo lo que se ha dicho de
la identidad como una transacción de lo que los demás piensan de uno, si uno
las acepta, todo eso es gravoso y, liberarse de eso, aunque sólo sea un momento
produce un gran alivio. Comenta el alivio que sentía en la mili cuando se ponía
el uniforme. Todos eran iguales, era casi invisible. Había alguno que quería
ponerse en el uniforme alguna diferencia. ¡Qué tontería! En cuanto se pone uno
una diferencia, se pasa a ser mirado y a ser controlado. El gran alivio es que
se sea casi invisible. Pero ¿se podría llevar hasta el final esa reivindicación
de anonimato? Recuerda que un colega le decía a otro que hablaba mucho del anonimato:
Si, si, mucho anonimato... Pero ¿tú por qué firmas los libros donde hablas del
anonimato? Y tiene un punto de acierto. Si uno no puede decir que esa es su
idea, uno tiene la impresión de que le están quitando algo.
M. Bassols recuerda un chiste de Forges, que le pareció
excelente: un hombre se despierta sobresaltado y le dice a su mujer: “Josefa he
tenido una pesadilla: yo era yo”. Y la mujer le responde: “joder, lo peor que
te podía pasar era eso”. Hay un momento en el que el sujeto se siente angustiado,
se siente encorsetado. Hay un encuentro con la angustia cuando el sujeto se
siente demasiado idéntico a sí mismo. Y esto es algo que hay que rescatar
actualmente, para una clínica del sujeto dividido, en términos lacanianos. Si
uno tiene que decir algo de sí mismo, será siempre algo disonante, no como
idéntico. Como autor de este libro él mismo no se reconoce en él. Y esto es una
experiencia que puede causar angustia, “si yo no soy el que ha escrito esto”,
“algo se ha escrito en mí y eso sigue su curso”. Si cuando me despierto “yo soy
demasiado yo” me angustio. Hay algo de ese orden para rescatar esa paradoja que
no tiene salida por el lado de los discursos identitarios. Que sólo lleva a una
uniformización absoluta del sujeto donde se tapa su verdadera identidad, esa
que escapa a su Yo, precisamente.
Una participante pregunta sobre lo que dice en “El libro de la
página en blanco”, y sobre la posición ética que se tiene al escuchar al otro
como esa página en blanco. Y pregunta sobre la posición ética que se tiene en
los encuentros con la ciencia.
Interrumpe el bedel anunciando que van a cerrar.
M. Bassols explica que debatir con gente que de entrada no
comparte ningún presupuesto con él, es algo que le encanta, es una disciplina
también, pero le ha enseñado algo y es que hay un cambio posible entre sus
interlocutores, en su actitud hacia el psicoanálisis, cuando uno encarna esa
página en blanco en el campo de la ciencia. Es una posición ética que él se ha
querido dar en esos encuentros